La vida es lo que sucede ahí fuera mientras uno se pregunta qué demonios es la vida

La vida es lo que sucede ahí fuera mientras uno se pregunta qué demonios es la vida

dilluns 30 de maig 2016 - 21:30 a divendres 16 de març 2018 - 00:45
La vida es lo que sucede ahí fuera mientras uno se pregunta qué demonios es la vida

(En este bonito vídeo se explican sucintamente diversas teorías sobre el Origen de la Vida).

La vida es un despilfarro de energía. (Sentencia pronunciada por el Toribio, el que está arrejuntado con la Eufrasia).

 

Muy buenas. Dejamos el rollo en que había división de opiniones en lo tocante a la inevitabilidad de vida. Y eso sin meternos en las marismas religiosas. A pelo, por causas naturales inexorables (o nones). Con un par.

Hará cosa de una semana, estuve debatiendo por Internés con una física teórica que sostenía que la vida era común en el Universo universal; y además inevitable. E iba más lejos: si no hubiera vida, no habría nitrógeno. Hay que joderse, monseñor. Esas implicaciones p’atrás me dejan pasmado. O sea, que el nitrógeno conduce obligatoriamente a la vida. ¿No les recuerda el argumento a un silogismo de ejercicios espirituales de antaño?

Se diría que no es precisamente vida lo que abunda en el Universo; cuanto menos vida que podamos detectar. Se nos muestra como un inabarcable e incomprensible vacío festoneado de estrellas que van a su bola, e ignotos planetas dando la vara alrededor de ellas; amén de polvo cósmico y gases… Esto es: de vida, na de na. Un territorio frío, peligroso e inerte; horripilante. Masa, energía y movimiento a escala descomunal. Y por ahí no puede asomar la vida. ¿Se puede deducir de ello que no hay más vida en el Universo que la que alberga el planeta Tierra? No, no se puede deducir. Pero sí que la vida es mogollón de rara e impensable y tope-guay difícil de detectar. Si fuéramos unas bolas de hidrógeno, ardiendo a un millón de grados centígrados y petando por el Corral, con sesera pensante y tal, se vería mejor la implicación materia inerte-vida. Pero deducir que de unas malditas partículas incandescentes se formará inspector de Hacienda, es mucho más que deducir.

Más madera: nada invita a pensar que la vida, pongamos la de la Tierra, tenía que surgir por narices. ¿Por qué narices aquí y no en Marte? Además, la vida en la Tierra desaparecerá inexorablemente en unos miles de milloncejos de año. (Nos daremos de morros con la galaxia Andrómeda -NGC 224- y se joderá el invento). Verbigracia: ¿Lo que va a desaparecer fijo, tuvo que nacer sí o sí, por huevos? Pues, no. Azar, incertidumbre, probabilidad. Chamba y potra, expresado en términos científicos. ¿Era inevitable que unos billones de billones de quarks confinados en el núcleo de una estrella promedio se convirtieran, con el tiempo, una caña y casi infinitas reacciones, en nuestra amada suegra? Hay que ser un poco carallot para sostener esa hipótesis. Y nadie ha podido demostrar que el milagro que constituye el paso de la materia inerte a la vida sea inevitable.

Los más cicateros dirán que componentes de la vida como el hidrógeno o el carbono es muy raro encontrarlos sueltos en la corteza terrestre. Pues muy bien, me alegro mucho. ¿No es un signo de la excepcionalidad de la vida el que estemos compuestos y combinados por elementos que difícilmente van por libre en la Naturaleza? Hombre, es que si fuéramos combinaciones simples y normales –odio esa palabreja- de elementos químicos, seríamos bloques de granito o por ahí. Es precisamente lo improbable, lo inverosímil, lo azaroso y lo rarísimo en el conjunto del Universo, lo que nos caracteriza a todos los bichos vivientes.

Y como servidor barre para casa, me apunto a la visión del biólogo K. Nealson: La vida es una equivocación; no debería estar aquí. Con todo, la polémica continúa abierta (y muy animada). Pero que los árboles no nos impidan ver el bosque. La cosa está tan cargada de argumentos científicos como de ideológicos; incluso de emocionales. Todo sea dicho.

J.S. Bach compuso cuatro suites para orquesta alrededor de 1730, en plena madurez. Brillantes, luminosas y sublimes, como la 1066.

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Sobre l'autor

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Salvador Martínez. Jubilado inquieto y curioso, que se pasea por una de las más apasionantes fronteras del conocimiento humano. Ante notario ha dejado escrita la frase que debe esculpirse en su lápida funeraria: "Aquí yace un tipo que dedicó su vida a comprender este mundo y sus alrededores. Fracasó." Y otra debajo: "Es la primera vez que hago un viaje sin tener ni idea de adónde voy"
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