Pequeño poema de amor frenético
Porque amo las horas que me asaltan
con el alma desprevenida y me infectan de ideas
Porque todos somos, en el vertiginoso acto de ser, el mismo ser
Porque cualquier cosa es todas las cosas
aunque se envuelva en obscenas ediciones de lujo
Busco tu alma a través del crepitar de las hojas
de los días
Te doy la mano en el instante incandescente de la incomprensión
Salto contigo la muralla inexpugnable de la ciudad de los años
en donde todo huele a encierro y a tiempo
Me voy acostumbrando a la nada en todas sus formas
y tejo mi telaraña en una bruma de semisueño.
Puede que todo esto parezca incomprensible a la hora del desayuno
-lo romántico no espera vivir más allá
de la madrugada-
pero es necesario recordar a veces que estamos aquí
para esquivar los misiles rutinarios,
estamos aquí para seguir andando
en el límite que nos iguala,
en la mirada que nos hace comprender que,
en la etérea intensa
felicidad que vivimos
tú y yo,
nuestros ojos se abrazan.