Por qué carajo me meto donde no me llaman o qué atrevida es la ignorancia (incluye moraleja).

Por qué carajo me meto donde no me llaman o qué atrevida es la ignorancia (incluye moraleja).

divendres 08 de gener 2016 - 18:15 a dissabte 20 d'agost 2016 - 21:30
Por qué carajo me meto donde no me llaman o qué atrevida es la ignorancia (incluye moraleja).

(En este bonito dibujo se plasma la secuencia evolutiva de ser humano, de manera tan ilustrativa como incierta).

Es posible que sus antepasados desciendan del mono, mi querido señor, pero los míos, no (Frase lapidaria de Lady Spitchenson a su consuegro).

Con esta memorable frase, lady Spitchenson evidencia uno de los aspectos de la cosa que todavía colean por ahí. Y no hay manera de acabar con este rollo macabeo de si sí o si no.

Como se ve y se verá, me he liado con otro campo del conocimiento científico muy polémico y en constante revisión. Me atraen los territorios colonizados por las incógnitas y las incertidumbres. Y me temo que a mi edad esta manía ya no tiene arreglo.

Doy por sentado que cualquier persona mínimamente leída y ventilada sabe que también en estas praderas del conocimiento son abundantes las zonas de sombra o claramente oscuras. Si las incógnitas en astrofísica o física de partículas eran de grueso calibre, las que presenta la Evolución Humana no son de menor calado. Pero eso no excluye que sea una de las parcelas del conocimiento que más nos apasionan e inquietan; tal vez la que más…

No obstante, contamos con poderosos aliados en este viaje. La paleontología, la paleoantropología, la arqueología, la anatomía comparada, la biología evolutiva y demás ciencias asociadas, dan solidez a las teorías y seguridad a los investigadores. Pese a ello, los nuevos descubrimientos suelen cambiar certidumbres que se tenían hasta ese momento: lo que hace 20 años se daba por seguro respecto a, por ejemplo, la antigüedad de las primeras herramientas, hoy puede que ya no sea válido. Un nuevo descubrimiento puede poner patas arriba una teoría hasta entonces aceptada. Y esa es una dificultad importante, al tiempo que un estímulo para continuar las investigaciones: todo está abierto a nuevas exploraciones y a nuevos descubrimientos decisivos.

Otra dificultad importante en el estudio de nuestros orígenes y evolución radica en el hecho de que los restos que tenemos son escasos, fragmentarios y discontinuos. Y a medida que retrocedemos en el tiempo, se vuelven más escasos y menos significativos. De esta manera, el especialista con frecuencia debe actuar como un detective. Suponer, aventurar, deducir, intuir, comparar y hacer gala de una vivaz imaginación. Sin una buena dosis de imaginación, es imposible abordar las investigaciones. Otro de los problemas gordos del registro fósil es el de las inmensas lagunas de información. En otras palabras: entre un fósil datado, calificado y estudiado y el que le sigue en el tiempo, el lapso puede alcanzar cientos de miles de años, incluso un millón de años. Por lo demás, los paleontólogos son los únicos científicos que pueden retroceder profundamente en el tiempo, transportarse a cualquier momento evolutivo del pasado (Arsuaga). Y eso es más un reto que una ventaja, pues a medida que se retrocede, la niebla se espesa. Lo que obliga a adoptar aires de detective criminalista, que llega al lugar del crimen cuando ya ha pasado un porrón de años; y el tiempo se ha encargado de borrar casi todas las pistas.

Nuestros primeros ancestros no nos han dejado nada escrito; ni escrito ni no escrito con frecuencia. Ningún monumento u objeto destinado a dar a conocer a las futuras generaciones quiénes eran, cómo pensaban y cómo se organizaban y vivían. Nada de nada. El terrible silencio de los cráneos y las bifaces. Una realidad que dificulta enormemente llegar a un conocimiento sólido e indiscutible. A ello deben añadirse los arduos problemas derivados de la imprecisión en las dataciones, que se agranda a medida que nos adentramos en el túnel del pasado. Pese a los grandes recursos técnicos y científicos puestos al servicio de los investigadores, hay dificultades casi insalvables, por lo cual una parte no despreciable del conocimiento positivo sobre nuestros orígenes y evolución continúa en la zona oscura. Nunca podremos saber qué pensaba de la vida o del amor un neandertal, sin ir más lejos. Y eso que es un hermanastro nuestro, y de los más cercanos.

Y todo eso sin mencionar los enormes interrogantes que encierra el paso de la materia inerte a la materia viva; el Origen de la Vida en la Tierra, o el sentido último de esta. Un campo tan fascinante como desconcertante y celoso de sus secretos. Aspectos que suscitan algunas de las preguntas trascendentales que nos hacemos, y que compartimos con las teorías filosóficas y las religiones y demás pensamientos mágicos. Y que no me quede en el tintero la cosa de los eslabones perdidos, que constituyen el Santo Grial de los paleontólogos. Veamos: supongamos que los datos genéticos, geográficos… nos sugieren que la especie humana A es madre de la B, que la sustituye y continúa el camino evolutivo. Pero las diferencias antropométricas y demás entre una y otra son enormes, por lo que difícilmente se puede asegurar el parentesco entre ambas. Pero si encontráramos restos de una especie C, que tuviera rasgos de la A y los más modernos de la B, ¡bingo!, habríamos dado con un eslabón perdido que demostraría el camino seguido por la evolución de esas especies del género Homo. Pero esos eslabones no son frecuentes, por lo cual en los árboles genealógicos de nuestro género hay interrogantes muy incómodos.

Nuestro camino está plagado de fronteras, límites, puertas, horizontes, nieblas, retrocesos... Andamos titubeantes en los grandes asuntos que conciernen a nuestra especie. Somos tan frágiles, extraños y pequeños… Más raros que un elefante pianista.  Y no nos faltarán ocasiones para verificar esas evidencias. ¡Ay, Señor, qué cruz!

​De postre les dejo esta pequeña joya folk de Joni Mitchell​ grabada en pleno The Last Waltz:

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Sobre l'autor

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Salvador Martínez. Jubilado inquieto y curioso, que se pasea por una de las más apasionantes fronteras del conocimiento humano. Ante notario ha dejado escrita la frase que debe esculpirse en su lápida funeraria: "Aquí yace un tipo que dedicó su vida a comprender este mundo y sus alrededores. Fracasó." Y otra debajo: "Es la primera vez que hago un viaje sin tener ni idea de adónde voy"
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