¡Que la Tierra no se mueve, coño!, y la manzana de Newton

¡Que la Tierra no se mueve, coño!, y la manzana de Newton

dilluns 22 de febrer 2016 - 17:15 a diumenge 01 de gener 2017 - 02:45
¡Que la Tierra no se mueve, coño!, y la manzana de Newton

(En este bonito fresco de Miguel Ángel se visualiza, de forma genial, el dogma católico de la Creación).

Creo que en la discusión de los problemas naturales, deberíamos comenzar no con las Escrituras, sino con experimentos y demostraciones. (Galileo Galilei).

(Si esto no es un torpedo en la línea de flotación del pensamiento mágico-religioso, yo soy astronauta. La senda de la ciencia la señala sin discusión este gigante italiano).


Hola!, ¿qué tal? Yo razonablemente bien, gracias. Habíamos dejado el muermo en la visión judeo-cristiana del origen del hombre y el mundo. Sigoms.

A propósito de la visión creacionista y cumbayá de la cosa, se impone una reflexión fundacional: el hecho crucial de que en el mundo mundial la cantidad total de sufrimiento es gigantesca, innúmera: cientos de millones de seres comidos vivos, con agonías espeluznantes, muriendo de hambre sed, enfermedades horrorosas, dolor ingente por todas partes… (Dawkins). ¿Qué dios podría haber creado un mundo tan retorcidamente cruel? Me cuesta imaginarlo. Más bien no puedo imaginármelo. Puestas así las cosas, cabe concluir que el dolor es una consecuencia necesaria de la Selección Natural. Un mecanismo imprescindible para la supervivencia, amén de doloroso instrumento: gracias a él, cuando una llama nos quema, nos apartamos rápidamente por causa del dolor que nos produce; y tomamos buena nota para no volvernos a acercar tanto a las llamas. Pero a fin de cuentas el dolor es una característica muy dura y jodida de la existencia de todos los bichos del mundo mundial.

Volvamos al cristianismo. Su doctrina conforma los dogmas de fe, es decir creencias que se toman por verdades inmutables sin tener comprobación de ningún tipo. Bueno, estaban los milagros, para recordar a los fieles la certeza de esos dogmas, pero ningún razonamiento lógico o experimental. El cristianismo se enseñoreó de Occidente durante siglos; y fue afinando y complicando su cosmogonía hasta extremos surrealistas. Con todo, no faltaron intentos de aunar razón y fe. Santo Tomás de Aquino fue el abanderado de esa corriente, cuya finalidad explícita era la de afianzar aún más los avales del cristianismo.

Las primeras grietas a este valladar doctrinal aparecieron en el Renacimiento. Es el momento en el que empiezan a asomar la cabeza las líneas de pensamiento laicas, los primeros científicos dignos de tal nombre, ligados al estudio racional del Universo. Otro factor que ayuda a ese cambio cultural es la revolución religiosa, que niega la autoridad del Papa de Roma, lo cual conduce a la aparición de otras religiones cristianas al margen de su autoridad. ¡Bingo! El Papa, y la Iglesia Católica, ya no ostentaban el monopolio de la verdad. Y esta se podía buscar por otros medios. Una buena noticia para los pensadores laicos que se decantaban por estudiar el Mundo al margen de la religión. Entre esa tropilla de mentes inquietas destaca Nicolás Copérnico, cuya teoría heliocentrista fue un torpedo en la línea de flotación del pensamiento oficial (cristiano): no era el Sol, y el resto de bichos cósmicos, el que giraba alrededor de la Tierra: era justamente al revés. Una idea que, por lo demás, ya habían establecido los clásicos; pero que ahora, en pleno vendaval renacentista, era revolucionaria.

La Iglesia Católica contraatacó con la Contrarreforma, que reafirmó los dogmas inmutables y sentó las bases doctrinales de la lucha contra los protestantes, los científicos, los laicos, los ateos y demás disidentes. Malos tiempos para la ciencia… Este golpe de timón nos conduce a un nuevo escenario en el que Roma se convierte en enemiga jurada de la ciencia; a la cual persigue sin tregua, sabedora de que el conocimiento científico será su ruina. El famoso proceso de Galileo es solo una muestra entre mil. Y ya que hablamos del gran Galileo, no olvidemos que su visión de la realidad también fue un torpedo en la línea de flotación de la Escolástica católica. Y sentó firmes bases en las que se cimentaría el pensamiento científico y racional. ¡Loor y gloria a tan insigne italiano!

El segundo asalto –o el tercero, que ya no sé por dónde voy- a la fortaleza ideológica de Roma se produce en el siglo XVII; concretamente en la Inglaterra de la segunda mitad de ese siglo y principios del XVIII. Su protagonista es Isaac Newton. Aquí la cosa ya fue más seria, pues Newton halló la explicación matemática de por qué se movían las cosas y tal, en la Tierra y en el Cosmos. Y demostró de manera irrefutable su teoría. No se trataba de un dios ignoto, ni de algo parecido. Era la maldita fuerza de la gravedad la que movía el Mundo. Y eso, tan solo eso, era ya de por sí una revolución del pensamiento de primer orden. Creaba un nuevo paradigma en la forma de abordar el conocimiento al margen del pensamiento mágico-religioso. El Mundo se comportaba de una manera precisa y era la ciencia la que debía descubrir cómo lo hacía. No la religión.

La siguiente envestida a la fortaleza romana (y también a las protestantes) se produce ya entrado el siglo XVIII; el cual se denomina con justicia el siglo de las Luces. Y esa es casi una coz mortal. El movimiento que encarna todos los anhelos de la razón, la experimentación y el laicismo es la Ilustración. Un jaque mate en toda regla al poder cultural, científico, social y político de Roma. La Ilustración abomina de los conocimientos que no se puedan demostrar en la práctica real, los cuales son relegados al mundo personal y subjetivo de las creencias íntimas. La Biblia es catalogada como un conjunto de fabulaciones, casi infantiles, sin ningún valor probatorio. Así que lo de Adán y Eva era falso; como todo lo demás… ¿quién lo iba a decir? Y lo que empezó siendo un movimiento de minorías pertenecientes a la nobleza y la burguesía, en el siglo XIX se extendió cual mancha de aceite por todas las sociedades de Occidente: las causas de lo que sucedía en la Naturaleza se debían buscar solo en la Naturaleza, que se comportaba de acuerdo a unas ​leyes comprensibles​ . Y esa visión, cambió el mundo. La razón y la verificación se iban imponiendo en el relato social fortalecidas por los incesantes avances científicos propiciados por la nueva economía industrial. Roma dejó de controlar las conciencias de todos los ciudadanos, al menos una parte de las conciencias: la relacionada con el conocimiento de la realidad, que ya no era mágica, sino científica.

 

Bueno, fin del misal. Les dejo con las últimas voluntades de ​David Bowie

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Sobre l'autor

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Salvador Martínez. Jubilado inquieto y curioso, que se pasea por una de las más apasionantes fronteras del conocimiento humano. Ante notario ha dejado escrita la frase que debe esculpirse en su lápida funeraria: "Aquí yace un tipo que dedicó su vida a comprender este mundo y sus alrededores. Fracasó." Y otra debajo: "Es la primera vez que hago un viaje sin tener ni idea de adónde voy"
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