Antes del principio

Antes del principio

dimecres 15 d'octubre 2014 - 18:15 a dissabte 14 de febrer 2015 - 00:45
Antes del principio

I amunt, amunt, ¡ja ets dalt! Ara, esperit,
si et sents d'àliga el cor, ¡pren revolada,
que ja ets a mig camí de l'infinit!
(Magí Morera).

 

(En esta bonita imagen se ve el Universo universal. Si aguzan un poco la vista divisarán la Seu Vella)

Bien. Antes de principiar la cosa del Universo universal, creo conveniente dejar claros ciertos aspectos de la cuestión, con el loable fin de advertir de los escollos que entraña ese berenjenal que yo llamo el Gran Follón.

En primer lugar hay que precisar que, al igual que en la física de partículas, las dimensiones y los tiempos de los fenómenos que estudia la física del cosmos o astrofísica no tienen nada que ver con nuestra experiencia y nuestra intuición cotidianas. Todo discurre a escalas de difícil comprensión para nuestros limitados cacúmenes. En último término, hay que aceptar ciertas realidades como se acepta, un suponer, la existencia de la Santísima Trinidad: creer lo increíble. En física de partículas, estas tenían con frecuencia dimensiones puntuales, infinitesimales, con masas y cargas increíblemente pequeñas. Entidades muy difíciles de detectar (tras haber sido formuladas matemáticamente), las cuales en ocasiones tenían una vida media tan pequeña, tan exigua, que rayaba el absurdo: 0’000000000001 segundos, por ejemplo. ¿Quién es capaz de imaginar una duración así? Pues eso. Un mundo extraño, desconcertante, caótico e imprevisible.

Pues si en el mundo subatómico las cosas son raras, en el mundo macro, son más raras que un perro verde. Se calcula que en el Gran Follón hay unos 50.000 millones de galaxias. ¿Es posible hacerse una idea de lo que ello significa en términos de dimensiones? Cada galaxia tiene, de promedio, otros 50.000 millones de estrellas y cuerpos no incandescentes; amén de lo que no se ve, que esa es otra. Una cantidad que nos desborda y, con frecuencia, nos angustia. Pero hay más, ¡vaya si hay más! La inmensa mayoría del espacio corresponde al vacío, un vacío gélido y silencioso, del que nada bueno cabe esperar. En cuanto a las dimensiones, el Universo podría medir fácilmente unos 14.000 millones de años luz. Esto es, la distancia que recorre la luz (que viaja a aproximadamente a 300.000 kilómetros por segundo en el vacío), durante 14.000 millones de años; unos 248.000.000.000.000.000.000.000.000 Km. No hace falta preguntarse nada: esas dimensiones no hay dios que las entienda.  ¿Cómo podemos tratar con un tipo que tiene esas hechuras? Todo es desmesurado, demasiado grande, demasiado frío, demasiado lejano, demasiado oscuro, demasiado misterioso. ¡Qué frío hace ahí fuera, y qué soledad! Con todo, la fascinación que sentimos los humanos por su estudio es irresistible y fascinante como pocas cosas.

Desde siempre, el ser humano ha mirado al cielo intentado descifrar los mensajes que le llegaban en forma de titilantes estrellas, cometas, estrellas fugaces y todo el rollo. Observando su geometría en busca de mundanales certezas. Y también deseando desentrañar el lugar que le correspondía en esa enormidad misteriosa que cada noche acudía puntual a su cita. En este sentido, cualquier doctrina religiosa o por ahí, se apresura a dar su interpretación sobre el cosmos, el papel que juega el dios de turno en el tinglado y, de tacada, el del creyente. Así se ha ido articulando un  nada despreciable montón de explicaciones de por qué están esas luces colgadas del techo y qué carajo pintamos en el tinglado.

No obstante, la ciencia intenta poner orden en ese demencial campo de estudio. Formula teorías que explican muchos fenómenos; efectúa experimentos y mediciones, como se verá, que verifican esas teorías, y nos acerca cada vez más a un conocimiento racional y veraz de su funcionamiento y su topografía. Con todo, poca ayuda vamos a obtener para la comprensión de su naturaleza, de sus fenómenos, de sus colosales dimensiones y, sobre todo, de sus realidades últimas. Ah, las realidades últimas…!

Quien se adentre, en fin, en las hostiles praderas del Universo debe mentalizarse de que no le faltarán motivos de desasosiego y, acaso, de angustia; y que es posible que regrese con más preguntas que respuestas. Ahí, y solo ahí, el ser humano se percata de su infinita soledad y de la indiferencia de la materia respecto a sus anhelos y esperanzas, de la nada que parece aguardarle. Un asunto de extrema gravedad, sin duda. Pese a la magnitud de la tragedia me dispongo a abrir esa puerta, para pasearme por otra de las últimas fronteras del conocimiento humano. En consecuencia, el blog que ahora inicio debe entenderse como el diario de a bordo de un astronauta patoso, titubeante y perplejo, que emprende un viaje por un territorio nada tranquilizador. A medio camino del infinito. ¿Me acompañan?

Y nada mejor que una canción del viejo Bowie para empezar la singladura:

https://www.youtube.com/watch?v=9BPnlsS5dKM 

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Sobre l'autor

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Salvador Martínez. Jubilado inquieto y curioso, que se pasea por una de las más apasionantes fronteras del conocimiento humano. Ante notario ha dejado escrita la frase que debe esculpirse en su lápida funeraria: "Aquí yace un tipo que dedicó su vida a comprender este mundo y sus alrededores. Fracasó." Y otra debajo: "Es la primera vez que hago un viaje sin tener ni idea de adónde voy"
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