¿Has mirado alguna vez a alguien detrás de su mirada?
Vivimos demasiado en el ego y no nos damos cuenta.
Buscamos momentos intensos y vivimos de ellos como si eso fuera sinónimo de amar.
Creamos envoltorios para justificar razones que nos lleven al éxito.
Porque hay verdades a la que no queremos modificar, no sea que perdamos el equilibrio.
En vez de querernos vivimos en la necesidad de sujetarnos a lo poco sólido que nos mantiene y a eso le llamamos amor propio.
Vivimos de conversaciones escuetas para acordarnos que existe alguien y que estamos ahí para lo que se nos pida, evitando la culpa o la conciencia de un vivir insatisfactorio.
Vamos de un sitio a otro sin sentir que estamos pasando por ahí ni disfrutando des del esfuerzo
No desmontamos los matices de nuestro carácter y en consecuencia, de una vida más simple y profundamente vivida des de lo esencial.
Decimos que vivimos mientras esperamos a la felicidad haciendo lo de siempre o sujetándonos a eso que cambió nuestra vida para bien pero que ya no sirve, o eso creemos.
¿Has mirado alguna vez a alguien detrás de su mirada? No importa que no lo conozcas. Es increíble verte desnudo en ella y valorar lo que ya eres des de lo que es el otro sin explicaciones, teniendo la certeza absoluta que todo lo demás es pasajero.
Eso es amor; ser capaz de ver y verte confundiéndote en las miradas que no sólo están fuera sino en ti. No seríamos sin los demás y el mundo; todo lo demás lo construimos y lo reconstruimos a nuestro antojo.
Quizá el éxito de la vida sea dar el paso para sostener esas miradas a diario sin titubear, sin “yos” que valgan. Sin adjetivos, cerrando los ojos en el placer de elevarse y fundirse. Luego ya surgirán modos para que navegar entre diferencias no será un naufragio, sino un viaje apasionante y sobretodo real, sentido, arrollador.
Lo que nos salva es siempre la vida. Ver luz en la misma luz y sobretodo… voluntad para brillar con lo que nos queda: una eternidad.
El miedo llega cuando hay un segundo.