La columna

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No, no es sólo la economía

12-08-2015
No, no es sólo la economía

It’s the economics, stupid! La frase se la echó en cara Bill Clinton a George H.W. Bush, padre, en las elecciones de 1992. Las encuestas favorecían al presidente que había puesto fin a la guerra fría y había ganado la guerra del Golfo. La popularidad de Bush llegó a alcanzar cotas históricas. Bill Clinton no podía ofrecer la talla de estadista ni competir en política exterior. Recurrió al conocido eslogan de “la economía, estúpido” que contribuyó a su victoria pero que sentó un convincente y lamentable precedente al desautorizar la política frente a la economía desde entonces hasta nuestros días.

En los tres libros leídos estos días desde la lejanía de los apasionados debates locales se hace referencia a la relegación de la política ante el avance de la economía, las nuevas tecnologías y las exigencias del mercado como regulador de las relaciones entre ciudadanos y gobiernos.

En el diálogo entre Leonidas Donskis y Zygmunt Bauman se habla de la ceguera moral y de la pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Tal vez estemos atrapados, dice Donskis, en la nueva bar­barie que aún no ha llegado a Occidente y que se explicita en un capitalismo sin democracia, con China y Rusia a la cabeza, un libre mercado sin libertad personal, el reforzamiento de la dictadura económica y la paralela desaparición del pensamiento político… con gobiernos elegidos por los sectores más poderosos de la sociedad, al margen del control público, quizá en manos de la burocracia centralizada, los negocios y los medios de comunicación.

No estamos ante tamaña desgracia, pero es preciso saber detectar los signos de los tiempos y evitar que la política pierda su necesaria autonomía para actuar en bene­ficio del conjunto de la sociedad. La política comporta corrupción. En todas las épocas y circunstancias. Pero su formidable tarea es deshacerse de ella a medida que las ins­tituciones del Estado van pidiendo cuentas a los que han sido descubiertos en abusos ­impropios de sus cargos. Para ello son imprescindibles unos medios de comunicación libres.

La otra lectura ha sido la encíclica Laudato si’ del papa Francisco. Es una invitación a ­tomarse en serio de una vez el deterioro del planeta pero es también una reivindicación de la política solidaria para acabar o disminuir las desigualdades entre ricos y pobres, entre Norte y Sur, entre quienes viven en la tranquilidad de sus ­posesiones y los des­cartados de la tierra. Es verdad, dice el Papa, que hoy algunos sectores económicos ejercen más poder que los mismos estados.y llega a la con­clusión que no se puede justificar una economía sin política. Concreta diciendo que si el Estado no cumple su papel en una región, “algunos grupos económicos pueden apa­recer como benefactores y detentar el ­poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir ciertas normas, hasta dar lugar a diversas ­formas de criminalidad organizada…”.

Si la política no es capaz de romper esta lógica perversa seguiremos sin afrontar los grandes problemas de la humanidad. No basta, dice Francisco, con incluir considera­ciones ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica subyacente en la cultura actual.

El descrédito de la política no ayuda cier­tamente a elaborar proyectos a largo plazo que no pasen por el juego sucio, grande o ­pequeño, que comporta ganar las siguientes elecciones. Quizás hay que tener en cuenta algo que hoy sigue siendo vigente y que se podría resumir en que la sociedad en que vivimos, hiperinformada de ­todo y de todos, no perdona la falta de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. No se tolera la mentira porque se descubre con más facilidad que nunca.

El tercer libro es un conjunto de artículos publicados por Tony Judt y cuidadosamente editados por su viuda. El título, Cuando los hechos cambian, se inspira en la famosa cita atribuida a John Maynard Keynes y que dice: “Cuando los hechos cambian, cambio de opinión, ¿usted qué hace, señor?”.

En estos tiempos de miedos y temores, sobre todo el pavor a la velocidad incontrolable de los cambios, es preciso volver a confiar en la política por muy desprestigiada que esté. En gran parte del mundo desarrollado el menosprecio al sector público se ha convertido en algo normal. En los tres textos no se sugieren soluciones mágicas, que no las hay, pero sí que se insiste en la urgencia de políticas más equitativas que tapen las grandes grietas que se han abierto en los sistemas donde la economía ha pasado por encima de la política, la ha pisoteado, y ha creado mayores desigualdades de las que existían.

Judt recoge las reflexiones de Keynes cuando dijo que “lo importante no es que el gobierno haga cosas que los individuos ya están haciendo y que las haga un poco mejor o un poco peor, sino que haga las cosas que ahora no está haciendo nadie”. Si la política democrática no actúa se abre un vacío que lo ocupa la economía, los mercados, los medios o las frivolidades varias.

Lluis Foix
Llicenciat en Periodisme i Dret. Exdirector de La Vanguardia i especialista en política internacional

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