Menos muros y más puentes
El mundo está más polarizado que nunca, pero en este año que empieza cientos de millones de humanos van a acudir a las urnas para elegir a sus representantes. La democracia es la más sostenible de las fatigas porque no resuelve los problemas definitivamente, sino que los endereza y los aplaza hasta encontrar nuevas fórmulas fruto del pacto o la transacción.
Nadie habría sospechado hace cuatro años, por ejemplo, que Grecia sería considerado el país con más éxito en el 2023 por la revista The Economist. Los motivos no son ideológicos sino de políticas que tenían mucho que ver con la realidad. El primer ministro Kiriakos Mitsotakis (Nueva Democracia), un conservador a la vieja usanza, recogió el país de la extrema izquierda de Syriza, que estuvo a punto de provocar la expulsión griega del euro, hasta convertirse en una de las economías que más han crecido de la Unión.
Ha reducido las tensiones con la vecina Turquía, supo hacer frente a las catastróficas consecuencias del terremoto y ha revolucionado la forma en que los griegos interactúan con el Estado a través de un programa de digitalización, que ha llegado a la gran mayoría de ciudadanos.
Pero el desgaste del poder le está pasando factura a Mitsotakis y cuando se celebren elecciones, probablemente no dispondrá, según las encuestas, de mayoría suficiente para seguir gobernando sin el apoyo de grupos minoritarios que ahora le atacan duramente desde la oposición. El año empieza, por lo tanto, con la debilidad de gobiernos que tienen mayorías parlamentarias, pero que no conectan con la sociedad a la que sirven. No es novedad, pero hoy sigue habiendo una gran disparidad entre gobernantes y gobernados.
Las elites progresistas y conservadoras discuten y debaten entre ellas sobre sociedades que están en sus imaginarios, pero que no representan al país que existe en las preocupaciones de los humanos. A la extrema derecha no se la combate con retóricas sino con políticas que hagan sociedades más justas, más respetuosas, más prósperas y menos desiguales.
El circuito político mediático no puede presumir que conoce todas las respuestas a las crisis de la sociedad líquida, de consumidores con poco tiempo para tener criterio propio, sin tener la precaución de averiguar las causas del descontento. No es sensato gobernar para la mitad del país, pensando que los que no han votado al gobierno de turno están todos equivocados y no merecen la debida atención.
La fragilidad de las democracias exige más puentes y menos muros, más conocimiento de la realidad y menos retórica sobre mundos ideales. Cada vez que alguien pretende crear un país nuevo o un nuevo hombre, no sé si asustarme o sonreír. Las sociedades existen y los países también. Lo que hay que hacer es gobernar bien, como dice Josep M. Bricall con irónico escepticismo.
La administración del futuro con toda la inteligencia artificial y sus derivados se tendrá que hacer con rigor, solvencia, decencia y justicia para aspirar a construir sociedades a medida humana, imperfectas y vulnerables.
Zygmunt Bauman confesaba al fin de sus días que la modernidad nació bajo el signo de una confianza inédita: podemos conseguirlo y, por lo tanto, lo conseguiremos, es decir, podemos refundar la condición humana y convertirla en algo mejor de lo que ha sido hasta ahora. Era el lema triunfalista de Barack Obama en el 2008 con aquel “Yes, we can”, tan sugestivo y tan humano, que su sucesor fue ni más ni menos que Donald Trump, el más distópico de los presidentes norteamericanos, que podría repetir mandato este año. El Podemos de Pablo Iglesias era una confusa copia de aquel grito de Obama.
No es prudente hacer predicciones sobre el 2024 que acaba de empezar. Me quiero quedar con una visión optimista, la del vaso medio lleno, a pesar de tanto profeta de desgracias.
Europa y el mundo occidental saldrán adelante y superarán las incertidumbres que asoman a la distancia corta y media. Siempre y cuando se pierda el miedo a aceptar, dialogar y tratar con el otro para encontrar puntos comunes. No hay soluciones únicas ni irreversibles para la complejidad de las cosas. Solo se requiere respeto por el adversario, con quien se pueden encontrar puntos de encuentro para resolver los problemas comunes, que tienen siempre salidas razonables y aceptadas por las amplias mayorías de la centralidad.
Article al blog Lluís Foix.